Habían pasado dos semanas enteras en las que Isabella no se le despegó ni un segundo.
—Cariño, creo que optaré por diseñar mi propio vestido —comentó la mujer con la mirada sumergida en los catálogos de las tiendas más prestigiosas de novia—. Siento que ninguno de estos modelos es capaz de impactar tanto como quiero. ¿Tú qué opinas?
—Elige lo que te haga feliz —respondió casi por inercia, recordando cómo había tenido que hacer un esfuerzo monumental para quitársela de encima cuando se le ocurrió la brillante idea de convertirse en su secretaria en la clínica. Verdaderamente no lo estaba dejando respirar y ahora acababa de mudarse también al departamento.
—Pero puede tomarme más tiempo y no queremos retrasar la boda, ¿verdad? —hizo un puchero que pretendía ser tierno; sin embargo, fue todo lo opuesto.
—No, por supuesto que no —dijo dándole un trago a su café. El líquido negro se sintió amargo en su paladar, justo como se sentía también.
—¿Qué piensas hacer hoy?
—Trabajar.
—¿Cuántas ope