—¡¿Quieres que me crea ese cuento?! ¡¿Crees que soy tonta?! ¡¿Por qué la dejaste ir?! —Los pies de Isabella quisieron moverse al lugar por el cual acababa de desaparecer esa mujer.
Alejandro la tomó del brazo y la hizo dar un paso atrás, imposibilitándola de alcanzar a la prostituta que había encontrado plácidamente durmiendo en la cama de su novio.
—¡Suéltame! ¡Y ni te atrevas a tratarme como una estúpida, porque te aviso que no lo soy! —gritó, intentando soltarse del férreo agarre del hombre—. ¡Esa mujer es demasiado joven para ser tu empleada doméstica! ¡Ella no es tu sirvienta! ¡Ella es tu puta!
—¡Ya te dije que es una maldita sirvienta, así que basta!
—¡Mientes! ¡No me trates como loca! ¡No lo soy!
—¡Estás viendo fantasmas donde no los hay, Isabella! ¡Así que cálmate!
Sin poderlo contener, sus puños comenzaron a golpearlo en el pecho en busca de causarle el mismo dolor que estaba sintiendo.
Sentía tanta rabia, odio, tristeza y desilusión.
Los sentimientos eran confusos y la opres