—Alejandro…
Isabella entró como una exhalación en la oficina de su futuro esposo.
El hombre la miró por un breve segundo antes de regresar su atención al computador.
—Cariño —siguió la chica, caminando hasta el escritorio con gesto preocupado—, no entiendo qué sucedió, pero tu rostro está en todos los tabloides.
—Seguro son solo chismes otra vez —dijo sin darle demasiado interés.
—No exactamente. Hay un video en línea sobre una pelea en la que te ves participando.
Sus dedos se detuvieron en el teclado y entonces recordó la escena de la noche anterior. Como si hubiera sido apretado un interruptor, el enojo regresó con mayor fuerza abarcando cada uno de los torrentes de su ser.
Su mente lo traicionó y pudo ver nuevamente a Selene, su Selene, con su cabello castaño ondeando al viento, en aquella noche fría y serena, forcejeando con un imbécil sin nombre que se creía con el derecho de sujetar su mano.
¿Desde cuándo estaban juntos y por qué no se dio cuenta antes de esto?
Sin poder evitarl