El aire dentro del auto es tan denso, que podría cortarse con un cuchillo. No hay palabras entre los dos desde que entramos al auto y partimos del castillo. Solo nos ha acompañado, durante todo el camino, el sonido leve y constate del motor, junto al ruido del tráfico que apenas se filtra por los cristales blindados y polarizados.
Maximilian ha permanecido a mi lado, pero con distancia. Él está sentado junto a la ventana derecha y yo junto a la ventana izquierda. Le ha pedido al chofer privacidad, lo cual me priva de mirar al frente debido a la pared divisora.
El cuello ya me duele de tanto mirar hacia la ventana.
A veces le lanzo una mirada rápida cuando me aliso la falda del vestido en un intento de saber que tanto hace y por qué el motivo de su silencio insoportable.
«¿Para qué pide privacidad y nos encierra en este pequeño espacio si no va a hablar?».
Ha tenido la mirada fija en la ventana, con la mandíbula tensa y una mano apoyada sobre su muslo, con los dedos tamborileando en una