El padre de Corleone extendió una mano con calma en dirección al asiento que estaba frente a él. Podía lucir tranquilo, pero Corleone notó que estaba algo lívido.
—Toma asiento.
Corleone no discutió. Se sentó, con la espalda recta y el rostro impenetrable.
—Supongo que si estás aquí pidiendo información sobre ese caso es porque sabes algo —dijo su padre—. ¿Cómo fue que te enteraste?
Corleone no se molestó en responder la pregunta. Era irrelevante.
Al menos no había seguido con la farsa, fingiendo ignorancia y tratándolo como si fuera un estúpido. Aquello, sin embargo, no hacía que su amargura disminuyera.
—¿Es que acaso importa? —soltó, con un tono gélido—. Manipulaste las pruebas de un caso para dejar libre al hijo de tu amigo, un hombre que no hace más que cometer crimen tras crimen, porque ambos sabemos que no son simples errores. ¿Y todo por qué? ¿Por dinero? ¿Por poder?
Su padre no pareció inmutarse ante la acusación, era como si no le importara lo que le estaba diciendo.
—Bueno,