Gino abrió los ojos, desorientado por un instante. No tardó en darse cuenta de la habitación en la que se encontraba no era la suya, sino la de… Greta. Habían llegado allí en algún momento de la noche después de que habían tenido sex0 en la sala.
A su lado, escuchó una respiración pausada. Se giró con suavidad y vio a Greta. Dormía de costado, el cabello enredado le cubría parte del rostro. Gino alzó una mano y, con cuidado, le apartó el mechón, acomodándolo detrás de la oreja. No pudo evitar rozarle el rostro con la yema de los dedos, en una caricia breve.
Se incorporó con cuidado para evitar despertarla. Recordó que la última vez que habían estado juntos ella había preparado el desayuno en su casa. Esta vez le tocaba a él devolver el gesto. Esperaba que ella durmiera un poco más; sin embargo, apenas posó los pies en el suelo, sintió movimiento a su espalda. Al volver la mirada, notó que Greta tenía los ojos abiertos.
—Buenos días, dormilona —saludó con una sonrisa.
—Buenos días, ¿qu