MILO
Luego de despedir a la dulce mujercita que había encendido su noche, se acercó a la acristalada superficie del ventanal, perdiéndose en la magnífica vista de las luces de Los Ángeles a sus pies. Bebió un largo sorbo de su vaso de whisky y lo paladeó con placer. Tanto como le gustaba, no podía compararse con el sabor que aún guardaba su boca, el embriagante e íntimo de Regina.
No se había equivocado cuando la había visto, su ropa empapada y su cara abochornada en aquella fiesta, cuando supo que tenía que tenerla en su cama. El sexo con ella no se igualaba a nada que hubiera tenido antes. Bien estaba que ninguna relación anterior, más o menos larga, había sido algo serio, pero esto que acababa de vivir con Regina era intenso, superaba su expectativas más altas.
La pasión y entrega que esa mujer le regalaron, la forma sublime en la que gimió cuando la acariciaba, sus quejidos cuando sus dedos rozaron sus zonas más erógenas, esas que lo llamaban como el agua a un sediento, sus gritit