Capítulo 16. SOLUCIONES
—Está bien ahora —respondió Fernando para la mujer al otro lado del teléfono—. Pero me ha costado mucho tranquilizarla. A ratos comenzaba a llorar de la nada, luego se tranquilizaba y luego volvía a llorar. Si esto son las hormonas me alegra solo un poco haberme perdido tu embarazo.

Emma suspiró. Ese comentario, que terminó en una risita de parte del hombre no le causaba ninguna gracia, mucho menos después de haber escuchado la noticia del embarazo de su pequeña hija.

—¿Por qué las cosas terminaron de esta manera? —preguntó Emma, recargada a la pared de la habitación de sus hijos que ya dormían—. Siento que todo es por mi culpa, por no poder defenderla, por no poder cuidarla y amarla como ella necesitaba.

—No es tu culpa —aseguró el hombre sentado, en la silla frente a la cama donde su hija dormía, agotada de tanto llorar—, hay cosas que nadie puede controlar. La vida de los otros, por ejemplo.

—Yo no estoy muy segura de eso —refutó Emma, casi con amargura—, Regina dictó nuestros camin
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