CAPÍTULO 33. Ahí nadie la oirá gritar
Era un asunto de sobrecompensación, todos lo sabían. Morgan Reed era un hombre con una inteligencia brillante, médico excepcional, atractivo y encima era el psicólogo de la Fuerza Delta de Operaciones Especiales; y eso hacía que el director del hospital se muriera de envidia y lo tratara peor que a los jardineros. Así que Morgan había sobrecompensado, gastándose todo el presupuesto de un año en aquel escritorio lujoso y demasiado grande.
Tan grande que cuando se sentó con toda la actitud, esperando a su próxima paciente, no fue capaz de notar que había una persona debajo de él, hasta que alguien lo tocó en la rodilla.
—¡La put@ madre! —gritó asustado y echó la silla atrás para mirar bajo el escritorio—. ¡Me cago en todo, Gabriel, ¿qué haces ahí?!
—Me dijiste que ibas a tener una consulta con Marianne… —respondió él—. Ya pasaron dos días y no he podido verla. Voy a tener que golpear a un guardia para entrar a verla y entonces la voy a ver menos porque voy a estar preso por agresión…
—¡