SENSACIONES

-Descuida –agregué mientras observaba la dedicación que le ponía a acicalarme–. Quería ayudarte con esto, tal vez sola no podrías, pesa demasiado.

Vanesa echó a reír, unas sutiles lágrimas se escabulleron por sus párpados y resbalaron jocosas por sus redondas mejillas de porcelana.

-Yo trabajo cargando cajas de abarrotes en el mercado –indicó de manera súbita.

Algo me había comentado, pero realmente no creía que fuera real ¿Cómo una doncella tan frágil, podría levantar tanto peso a diario? Seguramente mentía.

-Observe por favor –sonrió jactanciosa–. Voy a levantar esta caja de aceite, ponga sobre ella la de atún –indicó señalando el cuadrado contenedor de cartón.

-No es necesario –dije intentando detener este pequeño circo–. Ya es tarde, vayamos a almorzar y luego te llevaré a casa.

-Por favor –sus palabras se escuchaban como una sutil súplica–. Deje que le muestre mi fuerza –rio palmeando sus delgados pero firmes brazos.

-Está bien –acepté con desgano. Fingí una sonrisa de interés, sabía que no podría hacerlo.

-Lo primero que se debe hacer para cargar algo pesado –dijo doblando un poco las piernas hacia adelante–. Es inclinar las rodillas, el peso debe ser levantado con la fuerza de tus piernas, no la de tu espalda por que eso podría lastimarte. Ese fue uno de mis primeros errores –carcajeó. Inexplicablemente, estaba muy atento a lo que decía–. Por eso ahora tengo la espalda hecha añicos –suspiró mientras levantaba la caja con sus brazos–. Ahora haga lo que le pedí al inicio –agregó.

Con asombro, coloqué la siguiente caja sobre la de aceite y, para ser honesto, estaba sorprendido. No esperaba que ella pudiera levantar ninguna de las dos, y menos, las dos juntas, pero lo hizo. En serio, es una mujer extraordinaria.

-¡Bravo! –Aplaudí un par de veces–. Eso fue impresionante –sonreí. Estaba siendo honesto, en realidad me había impactado.

La mayoría de mujeres que conocí a lo largo de mi vida, siempre esperaban que sus acompañantes hicieran las actividades que conllevan esfuerzo físico, como cargarles las maletas, el bolso, arreglar las llantas del auto, etc. Es la primera vez que veo a una mujer demostrar fortaleza física. Esta jovencita era una caja de sorpresas.

Acomodamos las cajas con productos enlatados, en el compartimento trasero del auto y las bolsas con alimentos blandos, en el asiento de los acompañantes, luego subimos e iniciamos el viaje rumbo a un restaurante donde poder almorzar.

El olor era insoportable. Bajé la ventanilla para poder respirar aire fresco, y no dejar que todo se quede acumulado dentro, pudriendo mis asientos y gavetas.

-¡Ah! –Exclamó. Para mí fue casi un deleitante gemido–. ¡Pare! ¡Comamos aquí! –Volví la mirada y pude divisar un restaurante de comida rápida, de esos que ni siquiera tienen un nombre decente.

-Pizzería y pollería ¿El Ham – breado? –Cuestioné arqueando las cejas horrorizado.

¿Qué clase de persona le pondría ese nombre a su restaurante?, ¿Cuál era el objetivo? A veces no puedo entender, cómo es que funcionan las mentes inferiores. Después se quejan y lloran cuando sus negocios quiebran, o nadie consume sus productos.

-Sí –expresó ella con una enorme sonrisa en el rostro. Su felicidad me perturbaba–. Hace tiempo compré papas ahí, son muy ricas y la atención es muy buena.

-¿Buena? Lo dudo mucho –resoplé intentando disipar el disgusto–. ¿Viene con tifoidea de regalo?

La prominente sonrisa que sus labios habían formado minutos antes, se disipó como lo hace la neblina en una cálida mañana de primavera. El fulgor de sus ojos se apagó, solo quedó un apenado rostro de vergüenza y decepción. ¡Diablos! ¿Qué estoy haciendo? Si quiero persuadirla para que cumpla con mi objetivo, debo ser más atento y menos sarcástico.

-Si quieres, podemos comprar para llevar –agregué intentando reavivar la alegría que la consumía minutos antes.

-No se preocupe –dijo apretando los labios. Tenía la ligera sospecha, ella empezaría a llorar–. Mejor solo lléveme a casa –volvió su rostro hacia mí forzando una devastada sonrisa.

-No –indiqué. Apagué el automóvil y retiré la llave del bombín de arranque, para luego guardarla en mi saco–. Vamos a comer –observé sus grandes ojos, volverse a encender emocionados–. Pero, tendrás que enseñarme cómo hacerlo, porque nunca antes he venido a este lugar ¿Tienen algún procedimiento especial?

-Usted es muy gracioso –su tierna risa inundó el estrecho lugar. Yo suspiré tranquilo. Debo ser más cuidadoso con mis palabras.

Vanesa… Vanesa…

Tenía algo que me atrapaba, me envolvía… Me desesperaba…

¿Qué podría ser?

Desde aquel entonces, esperaba ansioso que llegara la mañana para verla entrar por la puerta de mi oficina y retenerla con engaños hasta la media noche, luego la llevaba a casa en mi automóvil. Por el camino, le compraba algún regalito y se lo obsequiaba; al día siguiente, lo tenía puesto en el cuello o atado en la delicada muñeca de su mano. 

Recuerdo que el primer regalo que le compré, era un pequeño llavero con forma de conejita. Una hermosa coneja, suave y blanca como ella. Se lo entregué al día siguiente, y, muy contenta, lo ató a uno de los sujetadores de su pantalón, justo donde debería ir su correa. La verdad, le quedaba muy bien, se veía curiosa.

Estaba enamorada de mí, lo sé. Ahora todo sería más fácil.

Dentro de poco serás mía.

#

Desde que entré a trabajar en CODALU, todo mejoraba. Ya no nos perseguían los cobradores y mis padres pudieron depositar una parte –casi la mitad– de la deuda al banco; mi hermanita pudo comprarse una cama para ella sola, mi madre ya no salía a trabajar y se quedaba en casa –como siempre quiso– a descansar y ayudar a Dalia en sus tareas.

-¡Ah! Tu trabajo nos vino bien a todos, cariño –dijo mi madre mientras cocinaba el almuerzo. El arroz verde olía muy bien–. Sin ti, nunca hubiéramos podido saldar nuestras deudas y quien sabe dónde estaríamos viviendo ahora.

-Tranquila mamá –la abracé con ternura por la espalda. Tenerla cerca me reconfortaba–. De ahora en adelante, todo estará bien y estoy segura que, pronto podré volver a estudiar. Estaba pensando en postular a la carrera de medicina.

-¡Una médica en la familia! –exclamó mi padre. Nos había estado escuchando–. ¡Qué orgullo! ¿Cuándo empezarás con las clases? Tu madre y yo, podríamos apoyarte con los pasajes, recuerda que tu padre aún puede trabajar.

-Calma papá –sonreí atrapando sus gruesas y callosas manos, con las mías–. Este mes será para pagar deudas y estabilizarnos, si todo marcha bien, dentro de tres o cuatro meses podré postular a la universidad. Estaba pensando en una Particular, que pueda darme facilidades con el horario de clases, para poder hacer ambas cosas al mismo tiempo.

-Pero hija –agregó preocupada mi madre–. Esa carrera es muy demandante, casi no tendrás tiempo para nada más que estudiar.

-Lo sé mamá –indiqué para luego lanzar un largo suspiro–. Por eso, quería pedirles su ayuda para cuando llegue ese momento.

-Te apoyaremos en lo que sea, querida hija –mi padre abrió sus brazos de par en par, y nos sujetó con fuerza contra su pecho. Me sentía muy bien. Muy querida y protegida. Estoy segura que así debe sentirse estar entre los brazos de Mr. Stevens.

Mr. Stevens era muy bueno, casi un ángel. Cuanto me gustaría que ellos lo supieran, así hasta podría invitarlo a comer a casa. Cenaríamos todos juntos, en familia.

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