- Me siento orgulloso de ti… Hijo –mi padre lo abrazó delante de su socio. Tal vez la edad lo estaba volviendo loco, ya tenía setenta y dos años y no pensaba descansar. Amaba más a la Empresa que a su propia familia–. Pero me preocupa ese dolor que sientes en el estómago, deberías ir a la clínica.
- No es nada grave –mirándome–. Solo es un leve dolor producto de algo que no digerí bien por salir a correr.
- Vayamos a celebrar –dijo Freddy–. Los ingresos han aumentado y eso se merece una recompensa ¿Verdad Henderson?
Se robaba un crédito que no le pertenecía.
Si la Empresa había subido sus cifras, era por mí, yo me esforzaba a diario para que las ganancias sobrepasaran a la de los meses anteriores y no era justo que me dejaran de lado.
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- ¡Lo dices en serio! –Exclamó impresionada Melina. Tapándose la boca, echó a reír–. Por eso traes puesta su camisa.
- Sí –confirmé emocionada. Encogiéndome de hombros, dejé que mis largos risos cubrieran parte de mi rostro.
Nos encontrábamos conversan