Para no alarmar a Camila, le pedí a mi papá y a Carlos que guardaran silencio.
Y para mi sorpresa, los dos me hicieron caso.
Cuando llegamos al segundo piso, escuché una voz de mujer, que parecía sentir algún tipo de dolor o placer.
Sin duda era la voz de Camila.
Me estremecí y miré a Carlos.
Su cara cambió al instante.
Impactado, caminó hacia el cuarto de donde venían los sonidos.
Crucé una mirada con Mateo y lo seguimos de inmediato.
En la puerta, esos gemidos se escuchaban todavía más claros.
—Ah… más despacio…
Esas palabras y jadeos hacían que cualquiera sospechara.
Volteé a ver a Carlos otra vez.
Le temblaban las manos en la manija de la puerta, parecía que no tenía alma.
Miré a mi papá.
Tenía la cara tensa, una mezcla de incomodidad y vergüenza.
Mateo, en cambio, mantenía la misma cara, sin inmutarse.
Llegué a sospechar que, incluso si viera la escena, su cara no cambiaría.
—¡Ah… duele… más lento…!
Los jadeos continuaron, cargados de un significado que no dejaba lugar a dudas.
La