Me desperté de ese hermoso sueño, y por un instante pensé que estaba en un temblor.
Miré la habitación oscura, todavía confundida.
Hasta que ese estruendo volvió a sonar con fuerza, y entonces comprendí: alguien estaba golpeando la puerta principal de la casa.
¿Quién demonios venía a golpear la puerta de esa manera a estas horas?
No sabía si era de día o de noche.
Ni tampoco si el que golpeaba era un ladrón o alguien que venía a buscar venganza.
El ruido me ponía nerviosa.
Quise buscar el celular para llamar a Mateo, pero busqué por un buen rato y no lo encontré.
Entonces recordé que anoche, después de que me arrastrara a su estudio dos veces, había dejado allí el teléfono.
Los golpes continuaban, uno tras otro.
Si la puerta no fuera tan sólida, ya la habrían tumbado.
Me levanté de prisa, encendí la luz, me puse una bata y me acerqué a la ventana.
Por suerte era de día; cuando corrí las cortinas, la habitación se iluminó.
Me asomé y, justo en ese momento, el que golpeaba levantó la cab