—Aurorita, por fin bajas a verme.
Miré de reojo las marcas en la puerta y me reí con sarcasmo:
—Papá, esta vieja casa es herencia de los Cardot desde nuestros antepasados y hoy casi tiras la puerta. ¿Cómo crees que mi abuelo va a descansar en paz cuando vea esto desde el más allá?
—¡Pff! —mi padre se molestó.
—Aurorita, al final de cuentas soy tu papá. ¿En serio quieres humillarme así? Solo estoy pasando por un mal momento, no significa que no me pueda recuperar. Cuando haga dinero otra vez, voy a recuperar esta casa.
Le respondí con fastidio:
—No sueñes. Ve al grano, ¿a qué viniste?
Ante mi pregunta, mi padre puso una cara de lástima.
—Aurorita, ¿me podrías prestar algo de dinero?
Yo respondí entre risas:
—No. Si quieres dinero, pídeselo a Carlos y a Camila. No se te olvide que cuando me ayudaste a encubrir sus mentiras hace cuatro años, dejaste de ser mi papá. Así que no vengas a pedirme dinero.
—Fue porque no me quedaba de otra…
Sentí que el corazón me daba un vuelco y apreté el tel