Varias veces Mateo también llevó a Camila al hospital para revisiones y medicinas.
Seguramente esos hospitales eran los que ella misma elegía, todos con alguna relación con Bruno.
Así que, igual que Javier, Mateo tenía grabada en su mente la idea de que “Camila estaba enferma”.
Por eso jamás sospechó nada.
Incluso cuando ella fingía de la manera más descarada, él tampoco lo dudaba.
Al pensar en esto, no pude evitar suspirar.
No sé si decir que ellos eran demasiado fáciles de engañar o que Camila había tenido demasiada suerte en su vida, pues siempre había alguien dispuesto a protegerla y ayudarla.
De niña ya contaba con la ayuda de su padre para planear todo.
Y ahora hasta Bruno y Carlos parecían hechizados para defenderla.
Después de terminar su relato, Javier se quedó en silencio.
Absorto, miraba hacia el horizonte.
Pasó mucho, mucho tiempo, y de la nada se rio con amargura.
Aunque era pleno otoño, el sol brillaba radiante, y aun así él sonreía con una tristeza infinita.
—Al final, m