Capítulo 973
La energía de Mateo era inagotable.

Aunque en la mañana ya habían pasado varias veces, en cuanto regresamos a la villa me arrastró con impaciencia al baño.

El vapor envolvía todo el lugar, empañando los espejos con una capa de neblina.

Yo casi no podía sostenerme sobre el lavabo, con el cuerpo debilitado. Si no fuera por el brazo de Mateo rodeando mi cintura, seguramente habría terminado en el suelo.

En el espejo empañado con dificultad distinguía la silueta del hombre a mi espalda…

Cuando todo terminó, él me abrazó con fuerza, demasiado fuerte.

Pero este hombre tenía memoria prodigiosa, y sobre todo, rencorosa.

Todavía recordaba cómo lo había provocado en el auto.

Me estrechó más; su respiración ardiente me quemó el oído y preguntó, ronco, casi irreconocible:

—Dime, ¿qué estabas pensando cuando me mirabas en el auto?

Mi conciencia estaba hecha un caos, rota por sus embates.

Me quedé mirando el espejo: tenía la cara encendida y los ojos de Mateo se veían oscuros, seductores al extremo.
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