Pero nadie contestó.
En ese momento, Mateo tomó mi mano entre las suyas.
Lo miré instintivamente.
Él no me miró; siguió mirando al frente mientras terminaba la llamada con cortesía.
Cuando colgó, yo, ansiosa, le pregunté:
—¿Cómo está Valerie?
Mateo me sonrió con calma:
—No te preocupes, los médicos le inyectaron el suero a tiempo. En una semana de reposo estará bien.
Cuando escuché eso, el peso que cargaba en el pecho por fin se alivió.
—¿Y Alan? Lo llamé varias veces y no contesta.
—Está arriba acompañando a Valerie. Seguro dejó el teléfono en el auto. Yo me quedé en el vestíbulo para que no te perdieras.
Entonces me tomó de la mano y agregó:
—Vamos, te llevo a verla.
Cuando entré a la habitación, Valerie ya había despertado.
Alan estaba a su lado, hablándole con toda la paciencia del mundo.
Le pedía que tuviera más cuidado, que pidiera al personal del set que esparciera azufre y que revisara bien los armarios antes de abrirlos.
Por lo visto, tanto él como los demás pensaban que la se