Mateo dijo con urgencia:
—¡Rápido, llévenla al hospital!
Solo entonces Alan reaccionó, y con la cara desencajada cargó a Valerie y salió corriendo.
Yo iba a seguirlos cuando vi que Mateo iba a abrir el casillero.
Me asusté y lo tomé del brazo, preguntando con miedo:
—¿Qué... qué vas a hacer?
—La serpiente que mordió a Valerie no sabemos qué especie es ni si tiene veneno. Lo mejor es atraparla y llevarla al hospital; si resulta ser venenosa, los médicos podrán identificar rápido el antídoto.
Asentí; él piensa en todo.
Le señalé la parte superior del casillero y le advertí:
—Estaba en la percha de aquí hace un momento. No ha pasado mucho, seguro que sigue adentro. Ten cuidado cuando lo abras.
—Está bien —dijo Mateo, empujándome suavemente hacia atrás para que me apartara.
Entonces abrió la puerta rápido y, en un movimiento ágil, sujetó de un golpe la cabeza de la serpiente.
Me quedé con la boca abierta por la impresión.
La serpiente medía casi un metro.
Mateo la sostuvo alto y me dijo:
—