En ese momento me puse roja como un tomate.
Lo empujé y, en voz baja, dije:
—¿Quién quiere seguir contigo?
Y sin esperar respuesta, salí corriendo de la oficina.
Sentía que si me quedaba a solas con él allí dentro, tarde o temprano íbamos a terminar envueltos en fuego.
Cuando me fui, todavía escuché su risa traviesa.
A la hora de salida, Mateo y yo fuimos juntos a recoger a los niños.
Estaba segura de que cuando nos vieran llegar a los dos, Luki y Embi se pondrían felices.
Pero justo al llegar a la entrada del jardín infantil, vimos dos siluetas familiares: Alan y Valerie.
Lo extraño era que junto a ellos estaba una mujer que no conocía.
Sin embargo, sus facciones se parecían mucho a las de Alan.
Ellos estaban allí esperando, y cuando los niños salieron, la maestra les entregó a Luki y Embi, ya que habían sido ellos los que los llevaron en la mañana.
En cuanto Embi salió, esa mujer la tomó en brazos con una sonrisa llena de ternura.
Yo miré a Mateo, dudando.
Él me explicó con una sonri