—Señor Bernard, aquí está la documentación de la reunión, ya la organicé, revísela —dijo Asher, y en cuanto dejó los papeles en el escritorio, prácticamente salió corriendo.
Me volteé hacia Mateo con una sonrisa:
—Mira lo que logras, hasta tu asistente huye espantado.
Con toda seriedad, él respondió:
—Por eso tienes que venir más seguido a mi empresa, y mimarme aquí mismo. Si él se acostumbra a vernos así, ya no le parecerá raro.
¡Qué clase de lógica era esa!
Pero la aparición de Asher me hizo recordar algo.
—Oye... ¿puedes prestármelo un tiempo?
A Mateo le molestó la idea.
—¿Prestarte a él? ¿Y para qué? No tiene abdominales, ¿eh?
¡Pff!
¿En qué estaba pensando este hombre? ¿Acaso creía que quería llevármelo para observarlo?
De verdad, su manera de razonar era incomprensible.
Le respondí con fastidio fingido:
—¿Para qué quiero abdominales? Él es tan puro y simpático, podría traerlo solo para jugar, molestarlo un poco... ¿no sería divertido?
—¡Aurora! —me interrumpió Mateo, furioso, los