Yo seguía de pie, sin atreverme a moverme.
Temía que Mateo, impaciente, quisiera aprovechar la oficina (o incluso ese escritorio) para...
Al fin y al cabo, en el pasado, cuando tenía ganas, nada lo detenía.
Como si hubiera adivinado mis pensamientos, me dijo divertido:
—¿Y ahora te echas para atrás? ¿Dónde quedó la mujer que me provocaba hace unos días?
Y eso que nunca había sido descarada de verdad.
—Ven.
Me llamó de nuevo, con una mirada tan tierna que me derretí por dentro.
Con el corazón latiéndome con fuerza, di unos pasos hacia él.
En cuanto llegué a su lado, me atrajo contra su pecho y me sentó en sus piernas.
¿Cómo explicarlo? Después de los besos de antes, mi cuerpo aún temblaba; sentarme sobre él solo hacía que mi cara se encendiera más y mi corazón se acelerara.
Además, me daba miedo que alguien pudiera entrar de repente.
Lo empujé un poco en el pecho.
—Y-yo mejor me siento en el sofá de al lado.
—Ni te muevas.
Me rodeó la cintura, apoyó la barbilla en mi cuello y murmuró co