No quise seguirle el juego y seguí desayunando.
Vaya manera de arruinarme la mañana.
Mi padre me observó furioso un buen rato, pero al final bajó el tono.
—Está bien, está bien, al fin y al cabo sigues siendo mi buena hija. No voy a enojarme contigo. En realidad vine hoy porque necesito que me ayudes con algo.
—Ah… entonces ve y delata a Camila frente a Mateo, y yo te ayudaré.
—Ay, hija, ¿otra vez con eso? Yo no sé qué cosas malas pudo haber hecho ella, ¿cómo quieres que la acuse de algo?
—Entonces no hay nada más que hablar. ¡Fuera!
Él no se movió. Yo lo miré con fastidio, tanto que ya hasta había perdido el apetito.
Me levanté dispuesta a subir, pero de repente me agarró del brazo con desesperación:
—Aurorita, no te vayas así, tienes que ayudar a tu papá. ¡Resulta que Camila tiene una cámara instalada en su habitación!
Me asusté y me molesté.
—¿Una cámara en su propia habitación?
Eso no podía ser.
Yo había revisado con detalle ese cuarto el día que escondí el micrófono, y allí no hab