Lo sabía, este hombre estos días no ha hecho más que fingir ser correcto.
Me llevé la mano a los labios y tosí un par de veces a propósito:
—En vez de explicar, mejor demostrar. Ya que tienes tanta curiosidad, te voy a mostrar cómo. Vamos, vamos… quítate la ropa y acuéstate aquí.
Diciendo eso, di unas palmadas en la cama y me moví a un lado para dejarle un espacio.
Mateo se molestó y me miró con ojos extraños.
Seguramente no se esperaba que yo me volviera tan atrevida.
Es cierto, antes si él me provocaba de esa forma yo terminaba con la cara roja, deseando que me tragara la tierra.
Pero después de haberlo provocado varias veces abiertamente, parece que me volví menos sensible.
Mateo respiró hondo, me sostuvo la mirada un buen rato y, de la nada, dijo en voz baja:
—La herida de anoche, muéstramela.
Enseguida lo entendí: así que había venido a mi cuarto solo para ver dónde me había lastimado.
Ja, después de empujarme con tanta fuerza, ¿de qué sirve la culpa ahora?
Le respondí, con una so