Apenas terminé de hablar, sentí de inmediato cómo la mirada de Mateo hacia mí se volvía seria.
En cambio, Carlos estaba lleno de alegría:
—Por supuesto que no me importa.
Emocionado, bajó del auto, me tomó por los hombros y dijo:
—Aurorita, por fin aceptas quedarte en mi casa. Qué bien, no digas solo dos días, puedes quedarte el tiempo que quieras.
Yo aparté su mano y, de reojo, miré a Camila:
—A ti no te molesta, pero creo que a alguien más sí.
El cuerpo de Carlos se tensó, como si recién recordara a Camila.
Se mordió los labios y miró hacia el auto.
Camila, secándose las lágrimas, me sonrió:
—Claro que no me molesta. Aurorita, al fin y al cabo, serás mi familia. Si vienes a vivir a nuestra casa, te recibiré con gusto. Y también a mis dos adorables sobrinos. Me encantaría que vinieran contigo.
Carlos asintió de inmediato, aliviado y feliz:
—¿Lo ves? Camila tampoco se molesta. Ella misma lo dijo, que traigas también a los niños. Así que ven con ellos, yo me encargo de prepararles algo