Pero antes de que pudiera terminar de hablar, Mateo me selló los labios con un beso.
Quedé atónita, con su cara tan cerca de la mía.
¿No se suponía que no me permitía tocarlo? ¿Y ahora era él el que me besaba?
Su aliento caliente y su impulso me envolvieron.
Sus manos, hábiles, se colaron bajo mi ropa sin que me diera cuenta.
Cuando sus dedos recorrieron un punto sensible, mi cuerpo entero tembló.
Por instinto, quise empujarlo, pero él atrapó mis muñecas y las levantó, sujetándolas contra el asiento.
La temperatura dentro del auto subió, y el aire se llenó de deseo.
Mi corazón latía, acelerado.
¿De verdad pensaba hacerlo allí, en el auto…?
Qué hombre más contradictorio: no me deja tocarlo, pero él sí quiere tocarme.
Mi cuerpo se rindió, y sin darme cuenta mis brazos rodearon su cuello…
¡Pum, pum, pum!
De la nada, alguien golpeó la ventanilla.
Mateo se detuvo.
Con una mano aún en mi hombro, me miró fijamente con esos ojos ardientes, como si quisiera devorarme.
Yo estaba tan confundida q