—¡Si no, jamás te perdonaré! —La voz de Mateo sonaba agitada. En su cara, siempre tan serena, se notaba la ansiedad.
Me dejó completamente impactada.
¿Acaso pensaba que yo había escondido a los niños y que los usaría para manipularlo?
Por la furia y la desesperación en su cara, era muy posible.
Me hirvió la sangre.
¿En su mente yo era tan malvada y egoísta como para usar hasta a mis propios hijos?
—¡Papi!
—¡Papi!
En ese instante, dos vocecitas tiernas sonaron desde la escalera.
Mateo se quedó perplejo un segundo y giró la cabeza.
Los niños corrieron hacia él entusiastas.
Embi tiró de su mano y dijo, feliz:
—Papi, mami vino. Mami dijo que va a vivir con nosotros y estoy muy feliz.
Cuando oyó eso Mateo me miró.
Primero, se vio sorprendido, luego intrigado y, al final, parecía sospechar.
En ese momento, de verdad quise explotar.
Quise acostarme con él: pensó que era parte de un plan.
Vengo a vivir con ellos: otra vez lo ve como parte de un plan.
¿En qué me había convertido en sus ojos que