Un escalofrío me recorrió el corazón y corrí hacia él. En el suelo, sobre una barra de acero, rota y del grosor de un dedo, vi sangre.
¿El hombro de Mateo había sido atravesado por esa barra?
El corazón se me hundió. Estiré la mano para revisar su herida, pero antes de tocarlo, él me apartó con un manotazo.
Irritado, sonrió y me dijo con tono sarcástico:
—Mejor preocúpate por él. De todos modos, esta herida no me matará.
Dicho eso, sin mirarme otra vez, se dio la vuelta y se marchó.
Luki saltaba ansioso:
—¡Papi, no te vayas, papi...!
Pero Mateo siguió caminando cada vez más lejos, sin voltear la cabeza.
Luki, nervioso, me jaló la mano:
—Mami, papi está enojado, ¡corre a buscarlo!
Lo vi solo y distante, y dudé si debía correr tras él.
De pronto, Javier gritó con urgencia:
—Aurora, creo que Embi no está bien.
El corazón me dio un vuelco y me giré rápidamente. Embi yacía en brazos de Javier, con la carita demasiado sonrojada.
—¿Qué le pasa? —corrí hacia ellos y toqué la frente de Embi. Es