Impactada, me quedé mirando a Embi.
Esa niña siempre tuvo problemas de salud y un carácter tranquilo.
Era la primera vez que la veía tan feliz.
Cuando la vio sonreír así, la cara de Mateo también se llenó de una alegría que no pudo disimular.
Le acarició la cabecita con ternura y dijo:
—Papi preparó tu disfraz de hada verde, anda a ponértelo.
—¿Y yo qué voy a ser? —Luki preguntó con entusiasmo.
Mateo le sonrió con paciencia:
—Tú vas a ser el caballero de la princesa, papi también te consiguió un disfraz.
—¡Genial!
Los dos pequeños salieron corriendo emocionados a cambiarse.
Mateo planeó todo con antelación: cerraron el área, había presentador y personal organizado, así que el ambiente se mantenía en orden.
Al costado, había asientos para el público.
Cuando los niños regresaron ya vestidos, Mateo se volteó y se sentó en una de las sillas.
Cuando me vio quieta, me habló con un tono molesto:
—O subes al escenario a actuar con ellos, o te sientas aquí a mirar. Parada ahí solo estorbas.
Apr