Alan lo pensó un par de segundos y dijo:
—Para ser exactos, esta es la casa de tu mami.
—¿La casa de mami? —Embi todavía estaba un poco confundida—. Entonces ¿por qué mami nunca nos trajo aquí? ¿Es porque papi no la deja?
Esa pregunta Alan no supo cómo responderla, así que solo bajó del auto y sacó a los dos niños.
Él ya le había avisado a Mateo, pidiéndole que lo esperara en casa.
Claro, como era para darle una sorpresa, en la llamada no mencionó ni una palabra de sus dos bendiciones.
Tomó a cada uno de la mano y los llevó entusiasmado hacia el patio.
Las manitas de los dos eran tan suaves y tiernas que daban ganas de comérselos a besos.
De verdad estaba ansioso por ver la cara de Mateo cuando los viera. Seguro iba a ser sorpresa y emoción a la vez.
La verdad, después de tantos años de conocerlo, nunca lo había visto reaccionar así a nada.
¡Esta vez tenía que verlo!
Ahhh... entre más lo pensaba, más emocionado se ponía.
Tal vez su emoción fue muy obvia, porque Luki levantó su cabecita