Ahora que lo pienso, el destino sí juega con nosotros.
A Embi la llevaron de inmediato al hospital infantil.
El médico le hizo un chequeo completo y le puso algunos tratamientos básicos.
Por suerte, en la noche Embi despertó y se veía bien; sabía que debía comer y, cuando Valerie y Javier la hacían reír, también sonreía.
El médico dijo que su estado aún debía vigilarse, así que la inscribí para dejarla hospitalizada.
Valerie temía que Luki llorara en casa, por eso se quedó un rato conmigo en la habitación y luego se fue.
Al inicio le pedí a Javier que volviera a descansar, pero no confiaba en que Embi y yo estuviéramos bien, y decidió quedarse a acompañarme.
Con una persona más, todo se hacía más fácil.
Por ejemplo, preparar la fórmula, cambiar pañales o buscar a las enfermeras; él podía ayudarme en todo.
A las ocho de la noche, Embi volvió a dormirse.
Me recosté, cerré los ojos y la cabeza me daba vueltas.
Javier miró por la ventana y me dijo:
—No te angusties, el tratamiento está aqu