—Haz de cuenta que me estás haciendo un favor: ve con Mateo y pídele que me preste un millón de dólares para este proyecto. Te juro que, si sale bien, te devuelvo el dinero, ¿sí? —me suplicó mi papá.
Le respondí, indiferente:
—No voy a pedirle prestada plata para dártela a ti. Lo de mamá es simple: si quieres salvarla, hazlo; si no, nadie te va a obligar. Eso queda en tu conciencia.
—Exacto —dijo Carlos, mirándolo con desprecio— Si no estuvieras hablando de dinero, te respetaría un poco. Pero qué lástima que ahora solo tienes cabeza para pensar en dinero y en tu amante.
Carlos lo fulminó con la mirada:
—¡Lárgate! Si te vuelvo a ver, no me hago responsable de lo que te haga.
Mi papá me miró con cara de víctima. Movió los labios como queriendo decir algo más, pero Carlos ya me estaba llevando del brazo hacia el ascensor.
Mientras esperábamos a que llegara, no pude evitar voltearme.
Mi papá estaba hablando por teléfono, encorvado y con una sonrisa inocente.
Como no quería que Mateo le die