Al terminar la llamada, Mateo se disculpó conmigo:
—Últimamente hay mucho trabajo... Pero cuando pase esta temporada, te dedicaré todo mi tiempo.
—No te preocupes —respondí.
—Lo importante es que salgan bien las cosas.
Le serví un poco de sopa, que todavía estaba tibia.
—Ahora entiendo por qué tienes problemas de estómago. Mira, cuando tienes mucho trabajo, ni siquiera comes bien.
Resignado, Mateo me sonrió y se acabó la sopa que le di, sin dejar ni una gota.
Al ver que ya no le entraban más llamadas, le propuse:
—¿Por qué no cenas hoy en casa de mi mamá?
Mateo se quedó pensando un segundo y después sonrió:
—¿No que tu hermano me odia?
—¡Nada que ver! Él sabe bien que nos ayudaste muchísimo cuando la familia se vino abajo. Solo se queja a veces... como mucho dice que andas con las dos al mismo tiempo, que quieres cuidar a Camila, pero no me sueltas a mí...
—¡Eso no es cierto!
Mateo lo negó de inmediato, serio:
—Tú lo sabes bien. En mi corazón solo hay una persona, y esa eres tú.
Bajé l