Me di la vuelta justo a tiempo para ver a Mateo corriendo con urgencia hacia el área de hospitalización.
Debía haber pasado algo con su mamá.
Aceleré el paso para alcanzarlo y ver qué ocurría, pero Camila se atravesó de repente en mi camino.
En cuanto Mateo se fue, la apariencia débil y dolida de Camila se desvaneció por completo.
Ahora me miraba con odio, y una sonrisa triunfante.
Ella me dijo:
—Aurora, si creías que podías ganarme, te falta mucho todavía.
—¿Así que todo eso de que lo habías superado, de que ibas a renunciar a Mateo, era mentira?
—¿Renunciar? —dijo entre risas.
Su cara mostraba una obsesión retorcida.
—¿Sabes cuántos años llevo enamorada de él? ¿Renunciar? ¡Eso no es tan sencillo! Si no fuera por ti, ya estaríamos juntos desde hace mucho. Tú, una niña mimada, criada con lujos, ¿no podías quedarte con tu bandeja de plata? ¿Por qué tuviste que ir a ese pueblo pobre a meterte con él y con mi hermano?
—Antes, para ellos solo existía yo y nadie más. Pero desde que llegaste