—Pero por favor recuerda esto: desde ahora, tú ya no eres nuestro padre. No vuelvas a buscarnos, y mucho menos busques a mi mamá —dije.
Mi papá contestó, con una sonrisa burlona:
—Mejor. Mientras tenga a Lucy, no necesito nada más. Vayan donde quieran, pero déjenme en paz. Y díganle a su mamá que firme el divorcio ya, que esto no le hace bien a nadie.
—Perfecto. Mándame tu dirección. Yo misma le enviaré el acuerdo de divorcio por correo.
Dicho esto, tomé a Carlos del brazo y me lo llevé.
Él estaba que echaba humo de coraje.
Tenía la cara roja por la cachetada y el labio moreteado, seguro por un golpe.
—¿Por qué me sacas? ¡Hoy sí iba a matarlo a ese desgraciado! ¡Y a esa perra también! —gritó.
—¿Y de qué serviría matarlos?
Lo miré con seriedad.
—Si los matas, no vamos a recuperar lo que teníamos. Si los matas, la enfermedad de mamá no se cura. Y si los matas, tú acabarías en la cárcel, dándole todavía más preocupaciones a mamá. ¿Vale la pena?
—¡Es que no puedo aguantarme esta rabia! —di