Cuando vi que Mateo ya había creído por completo en el supuesto cambio de Camila, decidí no insistir más.
De todas formas, yo iba a seguir desconfiando, porque es mejor prevenir que curar.
Mateo se quedó en la habitación del hospital hasta pasada la medianoche.
Al final, temiendo que yo no aguantara, contrató a una enfermera para que cuidara a Sayuri, y luego me llevó de regreso a la casa.
Él llevaba días trabajando sin descanso, y ahora, con lo de su mamá, ya estaba agotado por dentro y por fuera.
Nos acostamos juntos.
Me abrazó y, en unos minutos, ya estaba bien dormido.
Su respiración era agitada y se veía tenso hasta dormido.
En sus brazos, me di la vuelta y acaricié su frente suavemente.
Me tomó un buen rato tratar de quitarle esas arrugas de preocupación que no se iban ni cuando dormía.
Suspiré y le di un beso suave en los labios.
Ojalá nuestras mamás puedan salir de esto con vida y sin dolor.
Al día siguiente, cuando desperté, Mateo ya se había ido.
Me dejó una nota:
—Fui al hos