Con una mano, Camila le agarraba el brazo a Mateo, y con la otra me señalaba mientras lloraba sin consuelo.
—Sé que ustedes ya se reconciliaron y que la amas mucho. Pero yo claramente le caigo mal a ella, me ataca todo el tiempo. No quiero verla, Mateo...
Empezó a toser mientras hablaba, viéndose tan débil que parecía que se iba a desmayar otra vez.
—Haz que se vaya, por favor. Mi corazón duele, Mateo… me duele tanto… Que se vaya, no quiero verla… haz que se vaya...
La observé en silencio. Cuanto más la veía, más rechazo sentía.
Suspiré y estaba a punto de darme la vuelta para irme, cuando Mateo me detuvo.
—Vamos los dos—dijo.
Al oír eso, Camila se puso nerviosa. Apretó todavía más el brazo de Mateo.
—¡No, no te vayas, Mateo! Me siento muy mal, me duele mucho. Si te vas… me va a doler más, me voy a morir del dolor.
—¿Y qué? Yo no soy un medicamento. ¿Crees que si me quedo aquí contigo se te va a quitar el dolor de pecho? —Mateo la miró, serio, incapaz de seguir creyendo en su teatro.
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