La puerta aún no se había abierto por completo cuando vi una silueta pálida y delgada lanzarse directo a los brazos de Mateo.
Cuando me fijé bien, noté que era Camila.
Y lo que me dio risa fue que Camila, no sé si a propósito o no, solo tenía puesto un camisón blanco de seda.
La tela era delgada como las alas de una mariposa; se le veía la piel a un kilómetro.
Y el escote… estaba demasiado bajo.
Así se lanzó a los brazos de Mateo.
¿Que no estaba tratando de provocarlo? Aunque me lo digan, no lo creo.
—Mateo, por fin llegaste… Me siento tan mal, me duele mucho el pecho… Mateo… —decía con voz de lástima, mientras le tomaba la mano y la llevaba hacia su pecho.
Sonreí y le dije con calma:
—Camila, te ves muy mal. ¿Quieres que llame a un doctor para que te revise?
Parece que no me había notado hasta ese momento. Cuando escuchó mi voz, se volteó del susto. En sus ojos llenos de lágrimas había sorpresa… y rabia.
Con una sonrisa de oreja a oreja, le dije:
—Estaba en una cita con Mateo cuando