Esa voz… era la de Javier.
Volteé de inmediato y, sí, era Javier, con los brazos cruzados en el marco de la puerta. Por su cara, parecía que llevaba un rato ahí.
Mi mirada se cruzó con la de Mateo por un instante.
Él me miraba serio, lleno de algo peligroso. Era difícil saber qué tenía en mente.
Temiendo que volviera a malinterpretar las cosas entre Javier y yo, tomé su mano al instante.
Al principio intentó apartarse, pero luego no se movió más.
Javier bajó la vista a nuestras manos entrelazadas, sonrió un poco, y caminó despacio hasta detenerse junto a la cama de Camila.
La miró con lástima y le dijo:
—Mírate… te has rebajado hasta este punto por un hombre que no te ama. ¿Valió la pena?
—¡Él le prometió a papá que me cuidaría toda la vida! ¡Se lo prometió! —Camila señaló a Mateo y le gritó, desesperada, a Javier.
Javier respondió entre risas de amargura:
—¿Y luego qué? ¿Se casa contigo, pero no te toca? ¿Te deja sola en casa mientras él hace una familia con la mujer que ama? ¿Podrías