Las palabras de papá me hicieron sentir tan humillada que quería desaparecer.
Seguí mirando al piso, sin atreverme a ver los ojos indiferentes y burlones de Mateo.
Se abrieron las puertas del ascensor. Papá suspiró y se fue abrazado de su Lucy.
Las puertas se cerraron de nuevo y el pasillo quedó tan en silencio que hasta los latidos de mi corazón se podían oír.
Mateo seguía ahí, de pie frente a mí, con esa indiferencia que me recordaba tanto al día en que mi familia quebró. Su porte elegante y arrogante contrastaba con mi miseria.
Sentía una tormenta de frustración en el pecho.
Últimamente, las cosas entre él y yo estaban muy mal, pero por alguna razón, cada vez que estaba en un mal momento, siempre aparecía él.
Antes, al menos me decía algo sarcástico.
Ahora, ni siquiera me dirigió la palabra. Solo me pasó por el lado con indiferencia, caminando hacia el ascensor.
Oí cómo se abrían las puertas detrás de mí.
Tensa, me giré y lo vi entrar.
Durante todo ese tiempo, no dijo una sola palab