Tal vez mis palabras tocaron un punto sensible en el fondo del corazón de papá, porque de la nada se levantó y me dio una bofetada.
Mis oídos quedaron zumbando por el golpe.
Lo miré con furia, llena de un odio que ya no podía contener.
Mamá tenía razón. Papá había cambiado mucho.
Y también tenía razón en que cuando el corazón de alguien cambia de rumbo, no hay forma de hacerlo volver atrás.
Era la primera vez que papá me pegaba. Se quedó mirando su mano, atónito.
Pero no tardó en reaccionar. Lucy, esa mujer, se colgó de su brazo y dijo con voz coqueta:
—Ay, Don Cardot, no te enojes. Una hija tan malcriada como esta, mejor que se olvide de ti. Si tú quieres hijos, yo te los doy. Lo que quieras: niño o niña.
La cara de papá cambió al instante. Con una sonrisa tranquila, le acarició la nariz a Lucy.
—Mi Lucy sí que sabe comprenderme. Mucho mejor que esa cansona que solo sabe llorar.
Lo miré, temblando de coraje.
Lucy me lanzó una sonrisa desafiante y luego, agarrada del brazo de papá, dij