En medio del caos, escuché la voz grave de Mateo a mi lado.
—Es cierto, no puedo protegerla. Por eso, te la dejo a ti. Llévatela, asegúrate de que llegue sana y salva a la ciudad. No te preocupes por mí.
Al escucharlo, me llené de angustia.
Hablé de inmediato.
—No, yo no quiero eso, Mateo, ¡yo quiero estar contigo!
Ver a Mateo en ese estado tan débil me rompía el corazón.
Con los ojos llenos de lágrimas, miré a Javier, con la esperanza de que él quisiera ayudar a Mateo.
Pero Javier miró a otro lado.
Bajó la vista y se acercó a mí con una expresión muy seria.
Me quedé paralizada, sin saber qué decir ni qué hacer.
Se detuvo frente a mí y, de pronto, me sonrió.
—Aurora, ¿de verdad no recuerdas nada de mí?
—No lo recuerdo… no lo recuerdo… —lloré entre sollozos.
—No me acuerdo de nada de cuando era niña, Javier. Pero si de verdad fuimos buenos amigos, por favor… te lo ruego, ayúdalo. Ayuda a Mateo, por favor… sálvalo…
—Aurora, no le ruegues —interrumpió Mateo, su voz ya casi apagada.
Me lle