Apreté los labios y lo miré, callada.
Su brazo seguía sobre mi cuello, y sentía la fuerza de sus músculos.
Esta vez, Mateo sí parecía muy enojado.
Pero... tampoco dije nada que no fuera cierto, ¿o sí?
Durante ese cruce de miradas, de repente Mateo dijo entre risas:
—¿Tanto te importa él?
—No —dije tranquila.
Pero él, como si no oyera, siguió hablando para sí:
—Aunque te duela, no sirve de nada. Ahora mismo debe estar al borde del colapso. Desde pequeño, siempre nos comparaban. Siempre me ninguneaban a mí, el que no destacaba, solo para hacer que él brillara aún más. Él pensó que podía superarme como si nada... Pero nunca se puso a pensar en todo lo que tuve que tragar, en todas las cosas que pasé solo porque no tenía familia que me ayudara.
Lo observé en silencio. Al decir eso último, sentí un dolor amargo en el pecho.
Era lógico. Si había llegado tan lejos sin apoyo, debió sufrir mucho.
Pero, aun así... ¿eso le da derecho a sabotear la película?
No dije nada más.
Mateo me miró fijo. V