Me giré y vi que era Shaina.
Un auto deportivo de lujo, plateado con destellos morados, muy llamativo.
Se paró frente a mí, mirándome con compasión:
—Ay, preciosa... Así de lejos sí que se nota que no la estás pasando bien. Qué pena. Ven a mi fiesta de cumpleaños, ¿sí?
Un indiferente Javier estaba recargado en el asiento del copiloto. Entre sus dedos, un cigarro. Su mirada, perdida.
Esa actitud distante contrastaba un montón con la amabilidad que me mostró por la mañana. Me hizo sentir como si tuviera a una persona totalmente diferente enfrente.
—¡Oye! ¿Te hablé en chino o eres sorda o qué?
Volví en mí y le sonreí:
—Señorita Bonnet, gracias por invitarme, pero tengo asuntos pendientes. Feliz cumple, que la pases bien.
Shaina suspiró y me lanzó una mirada llena de desprecio:
—Ya no tienes ni donde caerte muerta, pero todavía te crees la gran cosa. ¿Qué pasa? ¿Necesitas que el señor Martínez te lo pida?
Al decir eso, volteó a ver a Javier y habló con un tono de desprecio:
—Desde que lo