Las piernas ya no me respondían.
Me dejé caer en la silla y, con calma, le sonreí a Waylon:
—¿No fue ayer que usted y el señor Bernard firmaron el trato? ¿Y ya hoy están agarrados a golpes?
—Uy, no te confundas. Yo no empecé. Fue el señor Bernard el que llegó, como loco, a darme un puñetazo. Tú sabes cómo soy, no olvido cuando me hacen algo. Ojo por ojo, diente por diente, ¿no crees?
Eso sí era cierto. Waylon tenía un carácter explosivo y vengativo. Nadie sabía con qué iba a salir.
Y en Zuheral, seguro nadie se animaba a ponerle un dedo encima.
Ahora que Mateo se animó a golpearlo primero, Waylon no iba a dejarlo pasar así nomás.
No pude evitar volver a mirar a Mateo. Vi que su camisa negra tenía varias manchas oscuras, seguro de sangre.
Apreté las manos sobre las rodillas y volví a sonreírle a Waylon:
—Seguro hay algún malentendido aquí. Quizá el señor Bernard tomó de más y entonces...
—¡Cállate! —me interrumpió Mateo, molesto.
Volteé enseguida hacia él y me topé con su mirada molesta