Mateo me llevó en brazos hasta la bañera.
El agua tibia cubrió mi piel. Sentí el calor abrazar todo mi cuerpo, y al fin el cansancio y la debilidad se empezaron a ir un poco.
Mateo me miraba fijo desde un costado.
Todo mi cuerpo estaba a la vista.
Miré hacia la pared y dije:
—Quiero agua.
El tipo, para mi sorpresa, obedeció sin decir nada. Se levantó al instante para ir a buscarla, igualito al Mateo de hace tres años.
Me trajo el agua y me dio el vaso.
Pero ni fuerzas tenía para levantar la mano.
Así que él simplemente acercó el vaso a mis labios y murmuró:
—Mejor te la doy yo.
Abrí la boca sin protestar. Me la fue dando de a poco, y me tomó un buen rato terminar el vaso.
El baño caliente me alivió bastante y hasta me devolvió un poco de claridad en la cabeza.
Cuando terminé, me recosté en la bañera y cerré los ojos, más tranquila.
Pero no podía dejar de sentir la mirada penetrante de Mateo sobre mí.
Abrí los ojos despacio, y sí, ahí estaban sus ojos oscuros fijos en mí.
Me lamí los la