La lluvia de otoño caía suave bajo la luz de los faroles.
La gente caminaba con el pelo un poco mojado, mientras el olor de comida caliente salía de los puestos callejeros, dando vida al lugar.
Yo jalaba mi maleta por el callejón repleto de gente.
Al final de la calle vi varios edificios de departamentos amontonados.
En las entradas había letreros de "se renta" por todos lados.
Saqué mi celular y le marqué al dueño del departamento.
Le dije que quería ver el cuarto y en poco tiempo llegó.
Me advirtió que casi no quedaban espacios, solo dos cuartos: uno en cuarto piso y otro en el último.
Escogí uno del cuarto piso y el hombre me llevó hacia allá.
Subir las escaleras con la maleta fue una tortura.
El dueño me esperó un rato en las escaleras.
Como me tardaba mucho, bajó y de un jalón tomó mi maleta, subiéndola sin esfuerzo.
—Gracias, muchísimas gracias—, le dije apurada.
—Ay, niña, he visto muchas universitarias como tú. Deberías hacer más ejercicio. Esta maleta no pesa nada y tú como si