Solo imaginar lo que pasaría me hacía temblar de pies a cabeza.
—¿No vas a ir? —Mateo me miró fijamente, con una sonrisa sarcástica.
—¿Acaso crees que tienes derecho a negarte?
—¡Mateo! —dije, exasperada.
—¿Por qué insistes en que trabaje para ti? ¿No dijiste anoche que no volverías a molestarme? ¡¿Por qué te contradices?!
—¿Y tú no eres también una mentirosa? Si yo me contradigo, ¿no estamos a mano? —Mateo se rio, mirándome con desprecio y burla.
Estaba desesperada y grité con firmeza:
—¡No voy a ir! ¡Ni muerta voy a ir!
—¿Ah, que no?
Mateo se acercó lentamente.
A medida que se acercaba, esa sensación fría y aterradora volvía a envolverme.
Sin querer me encogí, retrocediendo dos pasos.
Lo miré con cautela:
—No te pongas así. Solo creo que no tengo capacidad para ese trabajo, que acabaría estorbándote.
Él se rio en mi cara.
—¿Y cuándo fuiste a la empresa de Michael, no pensaste eso? Al final, no te gusta verme y ya.
—¡Eso no es cierto! ¡No inventes cosas!
Sentía un nudo en la garganta,