Vi a Mateo recostado en el respaldo de la cama, con la cara tranquila, sin mostrar ninguna emoción. Javier estaba parado junto a la cama, de espaldas a mí, así que tampoco podía ver qué cara tenía en ese momento. No sabía si acababan de terminar de hablar o qué había pasado, pero ninguno de los dos decía nada. Aun así, sin saber por qué, sentí que el ambiente allá adentro estaba tenso. No tenía idea de por qué Javier había venido de repente, en plena noche, a buscar a Mateo. De todas formas, solo de verlo, sentí que me llenaba de coraje. De verdad era como un fantasma que no sabía desaparecer. Como no podía lograr nada conmigo, ¿ahora quería venir a provocar a Mateo?
Al pensar en eso, empujé la puerta con fuerza y entré de golpe. En cuanto entré, a Mateo le brillaron los ojos y hasta se enderezó un poco.
—¿Aurora? —me llamó. Ese hombre que siempre se contenía dejaba escapar, en raras ocasiones, un toque de alegría en la voz—. ¿Por qué viniste?
No tuve tiempo de responderle. Corrí de in