Eran tan chiquitos y, aun así, tan considerados... tanto que dolía. En cuanto Mateo se recuperara, de verdad iba a pasar mucho más tiempo con ellos. Cuando regresé a la villa Cardot, doña Godines me estaba esperando en la entrada principal. Apenas los dos niños se bajaron del auto, ella se acercó de inmediato, los agarró de la mano a cada uno y, con una sonrisa llena de cariño, dijo:
—Ya les dejé el agua lista para el baño. Suban para que se bañen y se acuesten rápido.
Al ver su cara tan bondadosa, sentí muchísima gratitud en el corazón. Doña Godines de verdad cuidaba a esos dos pequeños como si fueran sus propios nietos. Embi y Luki no tenían abuelos que los consintieran, pero tenían a doña Godines, a Chloe, a Alan y a muchísimas personas que los amaban; eso ya era suficiente.
—Mami, cuídate en el camino. Mañana acuérdate de ir por nosotros a la escuela —gritó Embi al entrar a la casa, mientras se daba la vuelta para mirarme.
Sonreí y asentí:
—Claro que sí, mañana paso por ustedes a l