Mateo me abrazó más fuerte y, mirando a Javier con una seriedad absoluta, le dijo:
—Si de verdad la amaras, no la amenazarías así. Sigues siendo igual que cuando eras niño: un experto en disfrazarte, pero en el fondo eres más turbio que nadie. ¿Nunca pensaste que, en ese entonces, lo que Aurora llegó a apreciar fue tu lado amable y frágil, y no ese Javier loco y tenebroso? Dicho de otra forma, ella nunca te quiso de verdad. Lo único que le gustó fue alguien que no existía, un Javier falso escondido atrás de una máscara. Entonces, ¿con qué derecho te niegas a aceptarlo?
—No... no es así... —dije en cuanto Mateo terminó de hablar—. Yo nunca lo quise. Ni al Javier real ni al Javier fingido. Y no me hablen de cuando éramos jóvenes; no creo que en ese entonces yo hubiera podido querer a alguien así.
Como si hubiera notado el pánico y la inquietud que traía adentro, Mateo me acarició la espalda y me dijo en voz baja:
—Está bien. Todo lo que digas, te lo creo. No tengas miedo. Diga lo que dig